sábado, 9 de diciembre de 2017

SIPEVANGELICO Radio Podcast



Miro el cielo, obra de tus dedo, la luna y las estrellas que has fijado, ¿qué es el ser humano para que te acuerdes de él, el hombre para que de él te ocupes? (Salmo 8:5)


La gracia de Dios, no solamente es escandalosa, es también absurda; no tiene ningún sentido que el Señor haya escogido a una persona como yo; no hay nada valioso ni digno para aceptarme como hijo suyo. El apóstol Pablo lo afirmaba con rotundidad cuando nos decía en la carta a los corintios que Dios ha escogido a lo vil, a lo menospreciado y carente de valor a los ojos de la sociedad. Tiene toda la razón porque cuando me miro a mí mismo no puedo comprender, no puedo procesar el porqué de mi elección, rompe todas las leyes de la lógica y del sentido común; seamos realistas ¡Yo no me escogería a mí mismo! No lo haría porque soy demasiado consciente de cómo soy, me conozco excesivamente bien a mí mismo.

Pero la elección de Dios, su deseo de relacionarse con la humanidad todavía contrasta más cuando tenemos esos pocos pero reveladores momentos en que podemos percibir toda la grandeza del Señor y la realidad de nuestra pequeñez. Cuando esto sucede, lo verbalicemos con nuestras palabras o lo sintamos en nuestro corazón, es cuando tenemos experiencias como la que el salmista describe en el salmo 8. Experiencias de gran humildad, de plena conciencia de la grandeza de Dios y nuestra propia pequeñez; de lo incompresible del amor del Señor hacia sus criaturas; experiencias en definitiva que nos mueven, o deberían hacerlo, a una profunda gratitud hacia Él.


El salmista, como bien lo describe en sus escritos, ante la grandeza de Dios responde con una clara conciencia de su pequeñez e indignidad ¿Cómo respondes tú? ¿Qué implicaciones prácticas debería tener eso en tu vida?

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